viernes, 30 de abril de 2010

¿qué onda?

Es la expresión que los mejicanos utilizan para decir ¿qué tal estas? o ¿todo va bien?. Por ahora la onda en nuestro viaje esta siendo padre, suave o sin pedo, que quiere decir que todo va de perlas.


Para llegar hasta Los Mochis desde La Paz cruzamos el mar de Cortés en una avioneta talla XS (14 plazas). Todo iba bien hasta que me quedé de que el piloto estaba leyendo las instrucciones del avión para despegar… por si acaso no le quité el ojo de encima.
Desde Los Mochis parte el tren que adentrándose en la Barranca del Cobre llega hasta Chihuahua, ciudad famosa por ser el cuartel general de Pancho Villa y por el tema de esos perros tan ridículos.
Esta zona de México es desgraciadamente famosa por el narcotráfico. La cosa, es que tal vez algo sugestionados, en los días que pasamos en Sinaloa -así es como se llama este estado- tuvimos oportunidad de notar cositas raras… las calles de las ciudades y los pueblos se quedan desiertos en cuanto se pone el sol, la gente a la mínima te cuenta historias de balacerias -tiroteos en la calle- como si fuera lo más normal del mundo,  y de los controles del ejército en las carreteras, tan habituales en Baja, aquí no tienen noticia.
El tren que se adentra en la Barranca se llama “Chepe”, y es famoso en el mundo de los aficionados a los trenes por realizar uno de los recorridos más acrobáticos que existen. Partiendo del nivel del mar en Los Mochis, se encarama hasta casi 2500 metros en poco más de 100km. Pero lo bueno, es que lo hace serpenteando entre las paredes de los cañones que forman La Barranca del Cobre, un cañón aun más profundo que el del Colorado.
En algunos tramos del recorrido se ven las vías cortando las laderas a tres alturas diferentes, lo que quiere decir que el tren asciende por un tramo de ladera y cuando ésta se acaba, un túnel en forma de curva ascendente perfora la montaña hasta que el tren sale en la misma ladera pero en dirección contraria, y unas decenas de metros mas arriba… y así varias veces.


Nos apeamos en un pueblo llamado Creel para visitar la Barranca y a los Tarahumaras, los indios pobladores de estas montañas.
El pueblo está muy bien situado y puedes hacer las excursiones más interesantes sin perder mucho tiempo en los desplazamientos. Lo que nos resultó más curioso del pueblo es que pese a ser pequeño y sólo tener una placita, cada tarde se liaban unos cacaos de tráfico impresionantes. El primer día no entendíamos nada, pero preguntamos y resulto que es la forma local de pasar la tarde: meterse en el coche, poner la música a toda leche y tomar -beber- hasta que no puedes manejar -conducir-… nada que decir, cada uno se divierte como quiere. Eso si, a la que se ponía el sol, cada mochuelo a su hoyuelo.
Mención especial para la forma de vestir de ellos. En el Norte de México los tíos se engalanan como los vaqueros de las pelis: su gorro de cowboy, sus camisas de tachuelas, sus jeans, sus botas camperas… van hechos unos figurines.
El primer día alquilamos unas bicis y nos dedicamos a recorrer los alrededores del pueblo. Era domingo y en una de las aldeas Tarahumara había fiesta, así que nos cruzamos con unos cuantos camiones que llevaban la caja llena de chicos y chicas ataviados con sus mejores galas, que de camino se iban entonando a base de Tesgüino, una especie de cerveza hecha con maíz fermentado bastante fuertecita, pero que estaba rica rica.



Por la tarde, nos regalamos unos baños termales en unas piscinas naturales en el fondo de un cañoncito paradisíaco, sin saber que al día siguiente recorreríamos la carretera de la muerte rumbo a Narcopilas.
Narcopilas es un pueblecito situado a solo 500 metros de altura en lo más profundo de la Barranca, lo que viniendo desde Creel implica un descenso de 1800 metros de desnivel. Un descenso, que desde el interior del destartalado autobús en el que íbamos me pareció absolutamente aterrador, espantoso, terrible, pavoroso, terrorífico, escalofriante, horripilante, espeluznante... la carretera, una estrecha pista de tierra o terraceria como dicen por aquí, desciende hasta el fondo del cañón zigzagueando por una de las laderas… el panorama corta el aliento a cada curva… al menos a mi, porque Mª José iba más tranquila que el bomba, y hasta se echo una cabezadita.


Esa carretera hay que recorrerla en bici. El 90% del tiempo es bajada y el firme esta en buen estado, casi no hay tráfico y las vistas son espatarrantes. Para hacerlo, hay que alquilar la bici en Creel, subirla al bus y apearte antes del tramo de bajada mas salvaje… downhill  hasta Narcopilas, y al día siguiente la cargas en el bus y listos.
El pueblo se llama Batopilas, pero después de unas cuantas horas allí encontramos que lo de Narcopilas le sentaba muy bien.
Estos valles gozan de un clima y situación propicias, que los han convertido en la versión mejicana del valle del Riff, y en Batopilas todo gira en torno a eso, y eso, lo condiciona absolutamente todo.
Este no es un blog para hablar de esas cosas, pero como reflexión, decir que si en algún lugar de Méjico hemos notado el mundo oscuro y violento que castiga al norte, ha sido aquí. En Batopilas, mala onda.
En el pueblo había pocas opciones para hospedarse, y descartando las más económicas por cutres y las más caras también por cutres, no nos quedo más remedio que pasar la noche en una pensión cutre, regentada por Monse sin “t”, una mujer viuda, evangelista y mas pesada que una vaca en brazos. Una cosa es ser amable con los huéspedes y otra perseguirlos… si no llamó 20 veces a la puerta del cuarto no llamó ninguna… ¿qué quiere?¿todo esta de su agrado? que siiiii, que ya se lo he dicho antes que todo esta bien… cualquier cosa estoy a su servicio… toc toc ¿queeeeee?¿se les ofrece algo?... por si no habíamos tenido suficiente, al día siguiente viajó hasta Chihuahua en el mismo bus que nosotros.
Además de las vistas de la Barranca, la aislada iglesia de San Ignacio y las aldeas Tarahumaras, justifican la visita a Batopilas. Nadie sabe porqué construyeron esa pedazo iglesia en un valle deshabitado y tan remoto, pero ahí esta desde hace casi 500 años. Respecto a los Tarahumaras, visitamos una de sus aldeas y comprobamos que viven muy humildemente y casi no hablan castellano.



Chihuahua guau guau.
Aunque sólo estuvimos unas horas, Chihuahua nos gusto. Visitamos la casa-museo de Pancho Villa, donde el líder revolucionario pasó sus últimos años viviendo a cuerpo de rey.  En vida, Pancho Villa fue héroe y villano a partes iguales, pero una vez muerto se convirtió en leyenda y Los Mejicanos lo adoran. Entre otras cosas, podía presumir de haber dirigido el único ejército que ha hecho una incursión en territorio de los Estados Unidos y ha salido victorioso. Fue un fenómeno.
Siguiente parada Zacatecas.
Después de pasar la noche en un bus/nevera -los chóferes mejicanos tienen un problema con el aire acondicionado-  llegamos a Zacatecas pensando en una cama y algo de tranquilidad. Al despertar, descubrimos que habíamos cambiado de pantalla, al contemplar las vistas desde la terraza del hostal. Imposible encontrar diferencias entre esta ciudad y el centro de cualquier ciudad del sur de España: edificios de una planta, callejuelas retorcidas, paredes encaladas, palacetes, iglesias por todas partes… tienes la sensación de estar en Granada, Cáceres o Córdoba. Pero además, la onda es diferente, adiós a los cowboys, a las pick-up, a la cerveza Tecate…
Zacatecas surgió alrededor de una mina de plata, que debió hacer de oro a unos pocos y condeno a la esclavitud y una vida de perros a un montón de generaciones de indios. La visita al yacimiento muestra lo duro que debió de ser soportar ese destino.



Esa noche compartimos cena, cervezas y una conversación muy interesante con Héctor, del DF, que nos ayudo a conocer un poquito más este país.
En el hostal las cosas se pusieron feas. Organizaron una barra libre de mojitos que se les fue de las manos y acabo del palo lloret fiesta hooligan…  ni la gente que estaba de fiesta, ni el pobre chaval encargado de echarlos tenían la culpa, pero con alguien me tenia que despachar… y me despache a gusto.
Si buscas hostal en Zacatecas, ya sabes donde NO tienes que ir: “Hostal Villa Colonial”.
El Barça jugándose la temporada y yo en Guanajuato. ¿Guana qué?... ¡Guanajuato!
Además de ser otra importante ciudad platera y colonial, Guanajuato es la ciudad universitaria mas famosa de Méjico. Pero por si eso fuera poco, cuenta con uno de los museos más frikis del mundo: el MUMO, Museo de las Momias.
Vayamos por partes. Lo de ciudad universitaria se nota enseguida, y no solo por la cantidad de estudiantes que salen de fiesta los jueves, si no por el numero de “tuneros” por metro cuadrado que hay… si si, tuneros de “la Tuna”. Esa tribu en vías de extinción en cualquier otra parte del mundo, aquí goza de una salud excelente, y enseña músculo en bares y plazas sin el menor atisbo de sonrojez en sus mejillas.
Pero Guanajuato también es una plaza fuerte para los Mariachis, que cada tarde, cerca del Teatro Juárez, ofrecen sus servicios a enamorados y nostálgicos en las terrazas de los restaurantes.
Tema momias. Al parecer, el cementerio de la ciudad goza de unas condiciones especiales, que provocan que muchos de los cuerpos que allí se entierran queden momificados. Como la relación que los Mejicanos tienen con la muerte es menos dramática que la nuestra, no tienen demasiados problemas en exponer algunas de esas momias al publico. Parece una galería de los horrores. Además de las momias de bebes, muy gores, hay la de una mujer a la que enterraron viva que da mucho yuyu. 
En Guanajuato estuvimos de muerte. Rompimos la mala racha que traíamos con los hostales, y fuimos a parar a uno tranquilo y con muy buen ambiente, el “Hostal Bertha”.

1 comentario:

  1. Eduard Rodriguez1 de mayo de 2010, 19:32

    No mames wey!!!!! pinche Maria José, no hay pedo pues!!!!

    Solo se me ocurre deciros una cosa y en catalán; Qui us ha parit!!! menuda enveja em feu....

    Fins aviat,
    Edu

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