martes, 30 de agosto de 2011

Pedaleando por el Himalaya (II)

Kinnaur Valley.
Como dije, este viaje empieza en Shimla, donde llego tras 10 horas de avión y otras 12 en taxi. Monto la bici y lo preparo todo para completar mi recorrido de 1200km hasta Leh, a través de los valles del Kinnaur, Spiti y Ladakh.
Durante los primeros días recorro las polvorientas carreteras que comunican Shimla con el valle de Kinnaur, un valle 100% hindi: carreteras desastrosas, olor a vertedero y mucho ruido.
Lo del olor a vertedero, es porque en este país la mierda la queman. Cuando barren no recogen, desplazan o amontonan, y cuando tienen un buen montón lo queman, así que desde que sales por la puerta del aeropuerto de Delhi, notas ese olor a plástico quemado. Te acabas acostumbrando, no es problema.
La verdad es que han tenido que hacer autenticas virguerías para trazar esta carretera y que no parezca una montaña rusa. Desde Shimla, atraviesa unos cuantos valles y casi no pierde altura. En algunos tramos, la carretera parece una regata excavada en la montaña. El problema, es que al avanzar en una geografía tan abrupta, está muy expuesta a los corrimientos de tierras, que por aquí llaman floods, y que se producen cada año en la época de lluvias dejándola hecha un desastre. La cosa, es que a tramos está bien, con su asfalto y sus bocinitas pintadas en las piedras, pero a ratos es un infierno de polvo y baches.
Las bocinitas. En este país los conductores utilizan el claxon a go-go. Pitan a todas horas, a veces para avisar, otras para saludar… lo hacen por sistema, no obstante todos los camiones llevan escrito en su parte posterior “blow horn” o sea ¡pita! y en la carretera, cuando llega una curva o un paso cerrado, dibujan una bocinita en la roca como para recordárselo. El hecho es que cada vehiculo que me cruzo o me sobrepasa pita. Los pitidos van desde los clásicos bocinazos a autenticas salvas de honor con melodía incluida. Después de cruzarte con mil vehículos al día acaba rayando un poco.
Los pueblos que voy atravesando estos primeros días van desde muy feos a absolutamente horripilantes… pero es normal, son pueblos de carretera. Esta, casi nunca está asfaltada cuando los cruza, así que los sumerge en una nube de polvo o en un pastizal dependiendo de la época del año. Pero a la que te alejas de la NH-22 la cosa cambia. La segunda noche la paso en Sarahan, un pueblecito bastante chanante, con su templo hindú, sus plantaciones de manzanos y sus vistas sobre el macizo de Kailash.
Buenas noticias.
Por la mañana, me cruzo con dos ciclistas australianos que están completando la ruta al revés. Me cuentan que aunque hace mucho frío, los pasos más altos aun están abiertos y que la carretera mejora al entrar en el valle de Spiti… pero que lo que me queda de Kinnaur es un fucking hell.
A los trabajos de mantenimiento habituales en la carretera debido a los desprendimientos, se unen los de la construcción de una presa río arriba que obliga a cambiar el trazado de la carretera en algunos tramos. En pocos kilómetros quedo rebozado de mierda, por lo que finalmente decido subirme a un camión hasta sobrepasar las obras de la presa. Entre desprendimientos, hidroeléctricas, polvo, cemento y camiones, llego a Recong Peo el sábado muy pero que muy tarde; y como a partir de aquí necesito un permiso especial para circular -la frontera con el Tíbet esta muy cerca y la carretera esta militarizada- y la oficina expedidora de permisos cierra el domingo, me toca descansar un día… ¡buenas noticias para mi culo!.
Aprovecho el día de descanso para visitar Kalpa, un pueblo cercano con buenas vistas sobre el Kailash, y para socializar un poco con los indios y algún que otro israelita, absolutamente entregado a las bondades de la botánica local.

Spiti Valley.
Hasta ahora el camino ha transcurrido encajonado entre paredones siguiendo el curso del río Sutlej, muy expuesto a los floods, que los pobres road workers - normalmente nepalíes, que trabajan y viven en en la carretera en condiciones penosas- se afanan en arreglar a toda prisa para mantener comunicados estos valles con el resto del país.
La siguiente parada la hago en Spillow, donde coincido con Olivier, un ciclista francés que esta dando la vuelta al mundo y viene de Leh. Intercambiamos información y compartimos habitación.
A continuación toca el primer gran puerto de la ruta, que tras 1400 metros de ascenso me deja en Nako, a 3600 metros de altura. Aunque administrativamente Nako aun pertenece al Kinnaur, los rasgos de la gente, su indumentaria y las estupas, ponen de manifiesto que el mundo hindú se quedó en el fondo del valle.
Poco después toca cruzar el “Mailing Slide”, el flood más famoso de la ruta. Cada año después del monzón la carretera queda impracticable en este punto, donde el terreno es muy inestable y abrupto. Aunque encuentro el paso abierto, me quedo acojonado cuando veo los pedazo pedrolos que caen continuamente ladera abajo.
Paso de puntillas y sin pestañear.
Más tarde la carretera desciende hasta que por fin ingreso oficialmente en el Spiti Valley, y donde la proximidad con el Tíbet -la frontera está a solo 40 km- se manifiesta en forma de campamentos militares por todas partes y controles policiales a todas horas.
En estos controles, o cuando te cruzas con turistas indios, siempre las mismas preguntas: de que país eres? viajas solo? por qué? estas casado? tienes hijos? por qué? cuanto vale la bicicleta? y las gafas de sol? que opinas de la india? por qué? me dejas probar la bicicleta? ponte aquí que me hago una foto contigo… otra foto mas… me dejas las gafas para hacerme una foto? etc etc etc 
Poco a poco, la carretera vuelve a ganar altura y las vistas se abren. El valle de Spiti es precioso. Los bosques y plantaciones de frutales, el trafico de TATA’s y los pueblos horrendos se quedaron en Kinnaur. Aquí el terreno es árido en el fondo del valle y escarpado y forrado de glaciares en las cumbres.
Aunque ya no me bajo de los 3000 metros, durante el día hace un calor que te cagas, de hecho, desde que empecé el viaje no he visto ni una nube, la única sombra la encuentro en los pueblos, auténticos oasis que crecen a la sombra de bosquecitos de abedules que a estas alturas de la temporada están a punto de perder las hojas.
Las casas en Spiti son siempre iguales, no hay cemento, todo se construye a base de adobe y madera. Son casas robustas, preparadas para preservar del frío y mimetizadas con el entorno… todo es marrón tierra o azul cielo, el resto de colores solo existen en las prayer wheels y en las carrocerías de los pocos TATA’s que se atreven a llegar hasta aquí.
Las prayer wheels son unos banderines de colores que los budistas despliegan en las estupas o en los pasos elevados, para que el viento difunda las oraciones que llevan impresas.
En Tabo me distraigo con los participantes de un rally de coches al mas puro estilo hindi, que a su vez se distraen conmigo mientras los observo sentado en la plaza. Menuda panda de frikis! Conducen unos cochecitos tipo “SEAT 127” forrados de las pegatinas mas inverosímiles que os podáis imaginar y enfundados en unos monos como los de los Power Rangers. Algunos incluso llevan casco con pinganillo (¿funcionará?). Parece una caricatura mala. Hoy, el ganador ha desconchado una botella de coca-cola y ha intentado emular esas imágenes de los pilotos rociándose con champán.
Inolvidable.
En Tabo hay que visitar el monasterio. Dedicado a conservar el legado del Lama Lotsawa Rinchen Tsang Po, es uno de los templos Budistas-Tibetanos mas importantes que aun siguen en activo en el Himalaya. Y aunque yo no se apreciar los detalles de lo que eso significa, me emociona el cariño y el amor que muestran los monjes por su pasado y su cultura, que han sabido conservar por mas de 1000 años.
Entre Tabo y Kaza más calor y campamentos de road workers.
En Kaza le pego un repaso a mis llagas y visito la Ki Gompa.  ¿qué llagas?... las de mi culo por supuesto. Como en cada viaje de bici, aparecen a la semana de empezar a pedalear y por lo que veo, esta vez están saliendo especialmente hermosas.
Ki Gompa es mi primera Gompa. No hace falta esforzarse mucho para imaginarse las Gompas como nuestros castillos medievales, que desde lo alto de algún risco dominaban los valles colindantes que les rendían tributo. Aquí la imagen es la misma pero el concepto diferente. Nada en su arquitectura sugiere una función militar (no están fortificadas ni presentan ningún otro elemento defensivo) ni albergan a ejércitos, reyes u otras institución dedicadas a someter, solo monjes, cuya misión es conservar la cultura y tradiciones Budistas-Tibetanas de los valles de Spiti y ofrecer formación y retiro espiritual a los que eligen la vida monacal.
Desde lo alto, mientras los monjes celebran una puja -ceremonia de oración- imagino los campos cultivados al fondo del valle como un tablero de ajedrez, donde Ki Gompa reta a las enormes montañas del otro lado del valle.
Otro día mas de bici y me planto en Lossar en la base del Kunzam La, un puerto de montaña que con 4500m ya se puede clasificar de “serio”. El sitio es un puesto de control del ejército Indio con una pensión, una tienda que además de vender cuatro cosas prepara momos (especialidad de origen tibetano consistente en porciones de verdura o carne de cordero envueltos en masa de harina y cocidos al vapor) y una banda de perros roba momos con muy malas pulgas.
Después de revisar a fondo mi pasaporte y hacerme un cuestionario infinito de preguntas acerca de aspectos de mi vida que ni yo me había planteado nunca, los militares indios me confirman que todos los pasos de montaña hasta Leh permanecen abiertos y que en la carretera hasta el Kunzum La no ha habido desprendimientos últimamente.
Y decían la verdad, hasta el Kunzum La la carretera estaba de puta de madre, pero entre el puerto y Koshkar (mi siguiente parada) me cargué tres radios, pinché dos veces y rompí la cadena.
Las sensaciones subiendo fueron muy buenas, no noté la altura, no pasé frío y el paisaje era espectacular. En la cima del puerto 3 estupas con miles de banderines al viento, unos pocos viajeros budistas rodeándolas ceremonialmente y algunos turistas hindis haciéndome fotos y preguntas.
La primera parte de la bajada -hasta el desvío de la carretera que lleva al lago de la Luna- esta muy bien, pero una vez en el fondo del valle, la pista sigue el lecho del río Chandra, y fueron como 30 km rodando encima de piedras sueltas tipo bolo… un suplicio para mi culo y para la bici.
Según mi road book, en Chhatru -donde tomo la NH-21, que ya no abandonare hasta llegar a Leh- debería haber alojamiento, pero no encuentro nada abierto, así que sigo hasta Koshkar, donde solo hallo un albergue para camioneros y road workers.
Estoy reventado y todo me da igual, así que aparco la bici al lado de la cama, y bajo la atenta mirada del resto de huéspedes me hecho en la cama… para acto seguido impulsarme fuera de ella en un movimiento muy parecido al gusanito del break-dance… sospecho que me he echado al revés, y he puesto mi cabeza sobre el extremo del colchón utilizado por esta buena gente para ubicar los pies… pero no, en el otro lado el olor es aun mas intenso.
Vivir como un camionero indio no es fácil.
Necesito una ducha y comer algo diferente. Por estas tierras no hay demasiada variedad culinaria y en los pocos puestos de comida que voy encontrando, solo sirven dal. Dal para desayunar, dal para comer y dal para cenar. El dal es arroz blanco -generalmente muy pasadito- acompañado de algún tipo de guiso muy picante a base de vegetales o legumbres, y que en algunas ocasiones se acompaña con unas tortas de pan llamadas chapati. Se come con la mano y si te quedas con hambre siempre puedes repetir. Desde que entré en Spiti también me han ofrecido momos, pero como la mayoría de los conductores que hacen esta ruta son Punjabis, en los puestos de carretera se come dal.
Después está lo del chai. El chai, además de ser lo que es -té con leche y mucho azúcar, servido hirviendo- es un ingrediente principal de la cultura hindi -de toda Asia diría yo- que tanto da para matizar el devenir de la siempre sorprendente cuotidiania india, como para acompañar cualquier otra situación que uno se pueda imaginar. La invitación a un chai es ineludible.
Desde que coincidí con Olivier en Spillow, cargo una carta para entregársela a la familia Tenzing en Jispa, un pueblo situado al inicio del Baralacha La, el segundo gran puerto.
Al parecer, Olivier pillo un virus estomacal y en Jispa busco un medico. Como no había medico y el tío hacia muy mala pinta, la familia Tenzing lo acogió y lo cuido hasta que pudo seguir el camino. En su momento no aceptaron dinero ni ningún regalo a cambio, y en la carta, Olivier ha puesto una foto suya y algo de pasta.
Llego a Jispa pronto, busco a los Tenzing y les entrego la carta. Primero se alegran al reconocer a Olivier y luego ponen cara de fastidio al ver el dinero. Después me invitan a un chai, a dos, a tres… y ya no me puedo marchar. Esa tarde calientan agua para que me limpie, me enseñan a hacer momos y me ofrecen una habitación para dormir.
Una tarde inolvidable.
Al día siguiente me pego la paliza del viaje. Desde Jispa asciendo el Baralacha La y desciendo hasta Sarchu -90 km y 2000 metros de desnivel- metiéndome de lleno en “la zona de la muerte”. Si tengo algún problema entre Sarchu y Pang, solo podré salir volviendo a ascender hasta los 4988 de este puerto o los 5300 del Taglang La.
Glups.
Aunque por la mañana tengo mis dudas acerca de cómo gestionar el ascenso al Baralacha La, a medida que ruedo compruebo que la pendiente nunca es excesiva y el firme bueno, así que voy haciendo kilómetros hasta que lo corono dos horas antes de la puesta del sol. La cima del puerto es un importante nudo de collados que une los valles de Spiti, Zanskar, Lahaul  y Ladakh.
Escribo algo y lo escondo bajo un hito que construyo con piedras. Después inicio la bajada hipnotizado por el paisaje y los colores del atardecer.
El viento favorable me impulsa sin necesidad de dar pedales y no me cruzo con nadie más en la carretera, solo yo, el valle y la luna.
Sarchu, situada en medio de ningún sitio a 4300 metros de altura, es un campamento de yurtas -tiendas de campaña con planta redonda, hechas con lonas de paracaídas- que durante la temporada en que la carretera permanece abierta, se convierte en parada obligatoria para los autobuses que cubren el recorrido de dos días entre Manali y Leh. Ahora, solo quedan dos yurtas en pie.
Elijo la yurta azul y tengo suerte. La llevan dos chicas, que fuera porque estaban aburridas, porque les caí simpático, o porque les dio por ahí, me prepararon la cena mas espectacular del mundo a base de thug-pa -sopa tibetana a base de vegetales, huevo y pasta- momos de cordero, chapatis a go-go, pastel de calabaza y lassi con miel… realmente justo lo que necesitaba.
Como decia, en Sarchu solo quedan dos yurtas y 6 TATAs, cuyos conductores Punjabis y sus ayudantes tratan de descongelar por la mañana, prendiendo pequeñas hogueras bajo el motor y el depósito de gasoil.
Hace un frío espeluznante.
Ese día asciendo dos puertos mas, y hago noche en Pang a 4600 metros.
El primer puerto es el de Nakee La, y le llaman el Alpe d’Huez del Himalaya porque en su ascenso se trazan 21 curvas -las Gata Loops- como en el ascenso al mítico puerto de los Alpes… excepto que aquí la cima esta situada a 4900 y pico metros, oh la la!
Después el Lachulung La de 5000 y pico metros, cuya principal dificultad es ascenderlo después del otro.
Llego a Pang congelado y ya no me quito el frío de encima hasta que me voy del Ladhak.
Echo de menos los bocinazos de los TATA. Desde que salí de Jispa me he cruzado con muy pocos vehículos, y cuando digo muy pocos me refiero a solo cinco o seis al día que normalmente viajan en convoy.
Así que toda la belleza de estos valles es para mi solito. A ratos me acompaña MJ a bordo de la Bold Eagle recorriendo el lejano oeste, a ratos arrastro la bici a través de las lagunas del desierto de Atacama y otras veces, conduzco mi "seat ibiza" surcando el Sahara camino a Mauritania.
Experimento la misma sensación de respeto y privilegio que he sentido en otros grandes viajes.
Al llegar a Pang me instalo en el Saajan Hotel, la yurta de la Sra.Pema, una mujerona Ladakhi con voz de camionero. Y aunque ni ella habla español ni yo ladakhi, conseguimos comunicarnos. Parece que al dia siguiente desmonta el chiringuito y se traslada a Rumtse, al otro lado del puerto. Me explica que en las inundaciones del 2009 perdió su casa, y que mañana llega el mal tiempo.
A la mañana siguiente, el cielo amanece encapotado.
Inicio el ascenso hacia las Morey Plans, los últimos cincuenta y pico kilómetros antes de coronar el Tangla La -el ultimo puerto de la ruta- de 5300 metros.
Una vez en las Morey Plans viento en contra y el horizonte hacia el que me dirijo, negro negro negro.
Empieza a nevar y el viento sopla racheado levantando nubes de polvo. Los road workers se recogen en sus campamentos y a lo lejos intuyo el desvío hacia el valle de Tso Kar  -a donde Olivier se dirigió para evitar el Tangla La que encontró impracticable- y que parece muy interesante, pues habitan tribus nómadas y según dicen, es la ruta mas utilizada por los Tibetanos para huir del país... pero yo no me voy a escapar por ahí, porque en vista de que… A) dentro de muy poco tendré el tormenton encima B) no tengo ningún sitio donde esconderme y desconozco como evolucionan los tormentones por estas tierras, y C) si el paso del Tangla La -que tengo previsto abordar mañana- se queda bloqueado, tendré que deshacer doscientos y pico kilómetros y un montón de puertos, decido que… ¡se acabó! y que me subo al primer camión que pase.
Y aunque me estoy un buen rato esperando, el primer camión que llega para.
Y cómo no, se trata de un TATA. Después de todo el viaje renegando, tiene su gracia acabar rescatado por uno de ellos.
Me rescata un convoy de 6 camiones que lleva material de construcción a una base militar en Leh. Evidentemente son conductores Punjabis y eso se sabe porque cuelgan una sandalia puntiaguda en el radiador de los vehículos.
En todos los camiones va un conductor y un ayudante. El conductor conduce y bebe sorbitos de chai, mientras el ayudante se encarga de controlar la presión de los neumáticos, cambia las ruedas pinchadas, descongela el motor por las mañanas y indica en las maniobras.
Desde el habitáculo del camión la carretera se ve muy diferente a como se percibe agarrado al manillar de la bici, y entre la nueva perspectiva, la cantidad de camiones hechos un amasijo de hierros que se ven en el fondo de los terraplenes y que uno descubre que la cabina esta fabricada con madera… me apeo del TATA en Rumptse, donde el convoy hace una parada para abastecerse de chai, y desde allí pedaleo hasta Tikse, a tan solo 30 km de Leh.
Durante el camino observo como ha quedado este valle después de las inundaciones del 2009, cuando en pocos minutos y debido a unas lluvias torrenciales, colapsaron las laderas de algunas montañas sepultando pueblos enteros bajo metros de barro y piedras.
Desde Upshi la carretera discurre paralela al río Indo y una tras otra se suceden decenas de bases militares de los ejércitos Indios. Carteles en los márgenes de la carretera exhortan a los militares a estar preparados para -cito textualmente- las próximas batallas en Kabul, Lhasa y Pekín.
En esta área convergen las fronteras de la India, Pakistán y el Tíbet (China).
A pocos kilómetros se encuentra el campo de batalla a mas altura del mundo -en el Valle de Nubra- donde se lucha por el control del Kashmir, una región donde conviven sin demasiada armonía las culturas Hindú e Islámica.

Ladakh.
A vista de pájaro, el valle del Ladakh es como una cicatriz en medio del Himalaya, una anomalía que hace habitable un área inhóspita donde lo habitual es la sucesión de montañas y valles a alturas incompatibles con la naturaleza humana. Y donde el aislamiento y la dureza del entorno han moldeado una cultura particular.
En Leh, tengo la suerte de conocer a Xavi y Estrella.
Xavi es un escalador catalán que se instaló en la ciudad  hace 3 años y esta preparando una guía muy completa del valle. Se ha pateado todos los valles, pueblos, tapias y cimas del Ladakh; y Estrella es una cooperante que trabaja gestionando las ayudas dedicadas a reestablecer la normalidad en los valles afectados por las inundaciones del 2009.
Entre paseos por la ciudad y cenas en el Summer Harvest, me ponen al día de las costumbres Ladakhis y conozco a la comunidad guiri que aún resiste en Leh.
Por desgracia, desde que salí de Pang no para de nevar y cada día hace más frío -el Tangla La quedó definitivamente cerrado el día que lo crucé ¿qué habrá sido de los chicos del convoy y sus camiones?- y excepto las visitas a gompas y monasterios cercanos, ni pensar en hacer nada mas ambicioso en el valle.
La ciudad se prepara para pasar el invierno y la gente se esfuma, así que tras una semana esperando un cambio de tiempo que no llega, decido apurar los días de viaje que aún me quedan en la India visitando Bombay y Hampi, asignaturas pendientes desde mi anterior visita.
Pero con la bici a cuestas no voy a ninguna parte, así que aprovecho la escala en Delhi para dejarla consignada en una guesthouse junto con la ropa de invierno y el equipamiento de camping-caravaning y así poder viajar mas ligero.


Bombay.
Bombay esta bien pero me gustan mas Delhi o Calcuta. Al aterrizar 35º en la sombra y 80% de humedad… me muero.
Un día, caminando cerca de la Estación Central me tropiezo con una chica intocable que llora sentada en el suelo. En sus brazos dos bebes, uno se mueve, pero el otro parece que está muerto. Cientos de personas pasan a su alrededor sin prestarle atención.
Esto de las castas me pone de los nervios.
Resisto tres días en una pensión con los colchones infestados de chinches y el aire acondicionado estropeado y pillo un tren hacia Goa.

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